Pubertat, Leticia Dolera

Cuando empecé la sección 'Entre páginas' pensé que solo hablaría de libros. Pero necesito hablar, y recomendar, esta serie. Así que me voy a tomar la licencia de ampliar el concepto: las series, películas y el teatro también tienen guiones, textos, páginas al fin y al cabo. Y, ya que estamos, lo extiendo a canciones , con sus letras y partituras, y a videojuegos, con sus guiones y biblias.

Al grano. Hoy vengo a hablar de Pubertat (sí, por fin recomiendo algo sin titubear). Es una serie coral que aconsejo ver en versión original, en catalán. Yo la vi doblada y el doblaje es… durillo. Te acostumbras, pero chirría, resulta menos natural y creo que te hace perder parte las emociones de los actores. En HBO Max no me aparecía la opción de verla en VO, aunque seguro que merece hacerlo.

En solo 6 capítulos, de entre 42 y 52 minutos, Pubertat consigue hablar de muchos temas. Me pareció lenta al principio, pero también me obligaba a seguir, a querer saber cómo se cierran las cosas, qué decisiones toman los personajes. Creo que esa necesidad de terminarla surgía de no la sensación de no querer verme envuelta en lo que están sintiendo los personajes, ni en como actuaria yo si estuviera en esas situaciones. Con el tiempo entendí que esa “lentitud” es necesaria: te da espacio para reflexionar, para digerir lo que estás viendo.

La serie está creada, coescrita y dirigida por Leticia Dolera, que ya sabe lo que es moverse entre la espada y la pared, basta recordar la polémica por el despido de Aina Clotet en Vida perfecta. Y que tiene habilidad, unas veces peor y otras mejor, para abrir diálogo. Vida perfecta aún no la he visto (me da curiosidad y algo de pereza al mismo tiempo), pero sí su primera película, Requisitos para ser una persona normal, que me gustó mucho y ganó en el Festival de Málaga los premios a mejor guion novel, fotografía y montaje.

La trama no se dedica a señalar buenos y malos de forma simplista. Dolera muestra que nadie tiene todas las respuestas y que la vida siempre es más complicada que el guion de cualquier serie. En Pubertat, Dolera trata temas como la lealtad, la amistad, la pertenencia a un grupo, lo que hacemos o no hacemos para ello. Habla del consentimiento, el miedo a no ser creídos, la educación sexual, el porno y los menores, el control parental, la confianza, la identidad, el deseo de ser visto, la lucha por ser queridos. También esta presente el choque de valores y de cómo, a veces, nos obligan a elegir hacia qué lado caer cuando solo queremos mantener el equilibrio,  nos vemos obligados a revisar nuestras prioridades. De cómo nos hacemos los ciegos para no ver lo que no queremos ver.

La serie parte de un golpe directo: una denuncia por agresión sexual en redes sociales que apunta a tres adolescentes y rompe el equilibrio de una colla castellera. Dolera utiliza los castells como metáfora: esas torres humanas, símbolo de confianza, comunidad y riesgo medido, pueden caer en cualquier momento. Tradición y progreso. Cuerpos que se tocan, generaciones que se miran, tabúes que se esconden.


Aviso: a partir de aquí hay SPOILERS. Lo siento, no sé como continuar sin ellos.

Júlia Esparver: la madre feminista atrapada en sus propias contradicciones

Me gusta el papel de Júlia Esparver, interpretado por Dolera. Es madre, periodista y feminista, y se enfrenta a una realidad que la descoloca: su hijo, Roger Esparver, es uno de los acusados. Tiene que decidir si cree en él, que asegura no haber hecho nada, o en un testimonio sin pruebas que circula por redes. La situación se repite con los otros dos chicos implicados, Pol Esparver y Steven Miranda.

Pero el caso de Júlia es distinto. Ella carga con la etiqueta de “feminista”, con la presión de creer a la víctima, y al mismo tiempo con el instinto de madre que no puede aceptar que su hijo haya hecho algo así. Me gusta que el personaje se equivoque, que pierda los papeles (aunque lo pague Lucía, la chica a la que amenaza). Me gusta porque la hace humana. Y me gusta que luego tenga el valor de pedir perdón, de reconocer su error y valorar el coraje de Lucía, la primera en denunciar. Momento en el que Lucía se rompe y se confirma que también ha sufrido abusos. Ella se dice que no es valiente por no haber sido capaz de denunciar su caso. Y ahí se te clava una espina, cuando ves lo difícil que es ser cuidarse y ser valiente con uno mismo.

Estel Moreno: la madre que descubre que no conoce a su hijo

También me impresionó Estel Moreno, interpretado por Betsy Túrnez, a la que por primera vez veo en un papel serio y me ha encantado. Estel es la madre de Pol, que se da cuenta de que no conoce a su hijo. Que no ha construido un vínculo real de confianza. Intenta acercarse, pero ya es tarde: no es el momento, y aunque Pol acaba rompiéndose, sigue sin ser del todo sincero, sigue ocultando su sexualidad.
Me gusta mucho la evolución de este personaje, como va abriendo los ojos. Aunque me hubiese gustado que fuese de forma más natural y menos precipitada, pero entiendo que al ser una serie coral de 6 capítulos había que condensar.

Pol: la doble vida y el precio de la autenticidad

Vemos la lucha de Pol consigo mismo, un adolescente que se debate entre lo que siente, su identidad y lo que su familia impone como “lo correcto” o “lo aceptable”. Su historia, dejando a un lado por un momento la parte de la agresión, refleja la de muchos jóvenes que viven atrapados en una doble vida, con miedo de que ser auténticos signifique perder el cariño de quienes más quieren. En su caso, Pol está enganchado a Steven, que a su vez sigue a uno de esos gurús de internet que enseñan “cómo conquistar mujeres”, y por tanto no ve muy bien lo que sale de la heterosexualidad más normativa. Además que Steven también ha crecido cerca del padre y abuelo de Pol, que son de los que todavía usan la palabra “maricón” como insulto, y eso acaba pesando. Así, Pol, como muchos adolescentes, se siente atrapado en un entorno con etiquetas y prejuicios difíciles de romper, donde teme decepcionar, que lo miren de otra forma o que simplemente dejen de quererlo. Así, Pol, como tantos adolescentes, se mueve rodeado de etiquetas y prejuicios difíciles de romper, y para sobrevivir en ese ambiente acaba construyendo una máscara: la del tipo duro, el chulo, el “machito”. Una defensa que, más que protegerlo, lo encierra aún más en un papel que no le pertenece.

Steven: sacrificio, presión y la toxicidad de las redes

Por su parte, Steven vive con la presión de mantener a su familia unida. Su lucha no es solo personal, es social y familiar: intenta arreglar las grietas que la denuncia ha abierto e intenta mantener a la familia en el país, para ello se declara como único culpable para que Pol, de 14 años, no tenga esa denuncia en su expediente. Esta decisión está ligada a un chantaje en el que el padre de Pol le ofrece un trabajo al padre de Steven, lo que les permitirá mantener la residencia en el país. En la serie se refleja cómo Steven crece rodeado de redes sociales, un mundo que, aunque puede parecer una vía de conexión, en su caso se vuelve un espejo de contenido que cosifica a las mujeres y que no enseña a valorarlas ni respetarlas.

Manu: el silencio de la víctima

Y por último, está Manu. Su historia es una de la más difíciles de mirar de frente. Manu se plantea no denunciar porque los agresores son sus amigos y porque teme no ser creída. Necesita saber por qué lo hicieron pero tiene miedo de las preguntas de siempre: “¿por qué no hiciste nada?”, “¿seguro que no querías?”,  “¿por qué no denunciaste antes?”. Ese miedo al juicio, a la duda constante.

La agresión también reabre heridas antiguas, la culpa que arrastra desde la infancia. Poco a poco, descubrimos que vive con la carga de la muerte de su madre, convencida de que fue culpa suya por haberle pedido que la llevara en coche el día del accidente.

Me gusta especialmente cómo la serie trata las consecuencias físicas y emocionales de la violencia sin morbo ni dramatismo forzado. Por ejemplo, cuando muestra que Manu, a raíz de todo lo vivido, vuelve a hacerse pis en la cama. Un detalle pequeño, pero inmensamente humano. No lo juzga, no lo convierte en algo “asqueroso”, sino en lo que realmente es: una respuesta del cuerpo al miedo, a la culpa, al descontrol. Esa naturalidad, esa forma de mostrar el dolor sin edulcorarlo ni explotarlo. Una representación que no es sensacionalista ni vergonzosa, sino una muestra de vulnerabilidad auténtica, de cómo el dolor no tiene edad ni forma fija.

La empatía sin blanquear

La serie nos hace empatizar con Manu, la chica que sufre la agresión, pero también con los tres chicos, los agresores y el que calla. Vemos cómo se rompen, cómo enfrentan la culpa y comienzan a entender que lo que hicieron estuvo mal, que dañaron a alguien más que a una amiga: dañaron a una persona. Lo importante aquí es que la serie no los redime fácilmente, pero tampoco los deja por perdidos. Los muestra como lo que son: adolescentes que cometieron un error grave, con consecuencias profundas, pero que aún tienen margen para aprender y cambiar.

Justicia restaurativa

La justicia restaurativa tiene un papel clave, y la serie muestra su lado más humano. Al final, aparecen los datos:
“Más de 4.000 personas, adultas y menores, participan cada año en un proceso de justicia restaurativa en Cataluña. El 62 % de los casos terminan en un acuerdo reparador. En el caso de los menores, el porcentaje sube al 72,4 %.” 
Y aun así, me cuesta creerlo. Con adolescentes, tal vez; aún son moldeables, aún hay algo de inocencia en no entender del todo el daño. Pero con adultos… me cuesta pensar que funcione igual. También me parece durísimo que una víctima deba enfrentarse cara a cara con su agresor, aunque entiendo, y espero, que el proceso solo se haga si ella lo acepta.

Pubertat no es una serie fácil: invita a reflexionar, a incómodo, a cuestionarse. Si te animas a verla, cuéntame qué te remueve también.

Comentarios