El cambio de hora que poco se debate
Hay una tormenta cada vez que toca cambiar la hora. Se llenan los informativos de opiniones divididas entre el horario de verano y el de invierno. Se habla del cuerpo desajustado por sesenta minutos de diferencia, de cómo dormiríamos mejor si el sol se pusiera un poco antes o un poco después. Pero casi nadie menciona a quienes viven cambiando de hora cada semana.
Ya se sabe que los turnos rotativos y partidos aumentan el riesgo de depresión, ansiedad, insomnio y problemas cardiovasculares. Entre una jornada de mañana y otra de tarde, hay quien pierde un tiempo que no sirve ni para descansar ni para vivir. Ese hueco no alcanza para nada y, sin embargo, se lleva todo: la posibilidad de una comida tranquila, una siesta reparadora o una conversación sin reloj.
Ya se sabe que los turnos rotativos y partidos aumentan el riesgo de depresión, ansiedad, insomnio y problemas cardiovasculares. Entre una jornada de mañana y otra de tarde, hay quien pierde un tiempo que no sirve ni para descansar ni para vivir. Ese hueco no alcanza para nada y, sin embargo, se lleva todo: la posibilidad de una comida tranquila, una siesta reparadora o una conversación sin reloj.
No hay descanso pleno cuando el horario no tiene lógica. No hay rutina posible cuando cada semana se deshace la anterior. El cuerpo pide rutina, el mercado exige flexibilidad. Pero en esa flexibilidad se rompen ritmos. Mientras discutimos qué hora mantener, miles de personas ajustan su reloj a diario para sostener el nuestro.
La conversación pública gira en torno a si debemos abolir el cambio horario, mientras miles de personas viven permanentemente desfasadas, atrapadas en una especie de jet lag social del que poco se habla. Quizá el problema no sea el cambio de hora, sino que hemos aprendido a vivir sin tiempo, creyendo que el descanso es un lujo
La conversación pública gira en torno a si debemos abolir el cambio horario, mientras miles de personas viven permanentemente desfasadas, atrapadas en una especie de jet lag social del que poco se habla. Quizá el problema no sea el cambio de hora, sino que hemos aprendido a vivir sin tiempo, creyendo que el descanso es un lujo
Comentarios
Publicar un comentario